domingo, 2 de agosto de 2009

Día 4

Busqué la llave con la poca luz que llegaba desde la pieza de estar, y evitando a cualquier habitante de la casa, tomé mi parka, y salí silenciosamente a la terraza. Sólo se escuchó el chirriar de la puerta al abrirla sigilosamente.

Una vez fuera, el frío se hizo notar. Apenas llegaba un tenue reflejo de la luz de la casa más próxima a través de la neblina que me impedía ver las estrellas.

Subí el cuello del sweater, cubriendo mi cara del frío, y, con cuidado para no caer, bajé las escaleras. Frente a un cielo nublado, opté por sentarme en las escaleras, y mirar la nada (me veía privada de admirar la inmensidad del universo)

Y pensé. Lejos del ruido de la casa, lejos de los constantes ruidos, estando a más de 300 km de la capital, pude por fin encontrar la paz que vine a buscar, y que dentro de la casa me fue imposible hallar.

Una ola de pensamientos cayó sobre mi mente. Cerré los ojos para soportar la batahola que se cernía sobre mí. Recuerdos, memorias, escritos, momentos… mi mente se llenó de imágenes por eternos cinco minutos, y me sumergí en una serie constante de flashbacks durante lo que me pareció más de una hora. Discusiones, gritos, llantos, despedidas, cartas, desvelos, ilusiones. Todo corría por mi mente… Y de pronto, entendimiento.

Comprendí que tenía asuntos más urgentes de los que ocuparme, y que estaba haciendo una tormenta en un vaso de agua. En el fondo, sabía que me estaba deteniendo en un detalle, dentro de todo lo que tenía por resolver.

Tenía cuestiones más importantes que atender. Un amigo irrespetuoso, hermanas gritonas, asuntos familiares varios, entorno interesado, amigos ausentes (otros falsos), un amor de antaño que olvidar, y otros no correspondidos.

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