domingo, 8 de agosto de 2010

"... Me podría haber quedado toda la noche mirando el crepitar del fuego, similar para mí como la contemplación de sus ojos. Sus ojos... aquellos que me atrapan, y cuya reminiscencia es el cielo, me hundo en aquel café color amor, que no es sólo café, sino azul, verde, rojo, morado, blanco y amarillo a la vez, donde el cristal se ve opaco, y el blanco oscuro... Y cuando me doy cuenta de que me interné en el universo de su mirada, aparezco envuelta de mar y cielo a la vez, y las estrellas son parte de mi cuerpo..."

Dejé de escribir al escuchar un ruido sordo en mi puerta. La noche envolvía todo en oscuridad, y mi lámpara encendida no me daba más que tinieblas. Volví a escuchar el mismo sonido sordo. Dejé la pluma sobre el pergamino, y esperé, atenta y aterrada. Nada, sólo el silencio de la noche. Y de pronto, de nuevo aquél sonido sordo, indescriptible, aterrador. Lentamente me levanté, y avancé con cautela a la puerta... llegué a ella, y sin siquiera tocar la perilla, se abrió de par en par.

No había nada fuera, sólo oscuridad. Sin embargo, entró un viento fuerte, y aquel frío, al inspirarlo me llenó el cuerpo, congelándolo, sentí como en un último hálito de calor, mi alma salía de él, sin posibilidades de volver, y mi cuerpo más y más se iba paralizando, sentía el frío invadir mi cuerpo, desde el corazón. Mis lágrimas se convirtieron en un líquido salado, y la vida me abandonó.

En el lugar donde antes estuvo mi cuerpo, quedó una hoja, con 5 palabras escritas:

"Te amo, nunca te abandonaré..."

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